sábado, 18 de agosto de 2007

2. Yo rasco tu espalda y tú, la mía

La sociedad desde un punto de vista biológico. 2

La teoría de Darwin sobre la evolución de las especies vino a explicar un par de fenómenos conocidos: el primero, las similitudes y diferencias entre especies de seres vivos tanto en el momento actual como a lo largo de la historia testimoniada por los fósiles; el segundo, la adaptación de esas especies a un medio natural, a buscar el alimento y a protegerse del clima y de los depredadores. Darwin observó que, mediante la selección, los granjeros podían crear variedades de las especies de animales domesticados: vacas que dieran más carne o más leche, caballos que corrieran más o perros con más aptitudes para la caza; y lo que era más significativo, podían realizar esa selección sin ser conscientes de estar realizándola, simplemente al escoger para la cría a sus mejores animales y excluir a los de peores cualidades.

Imaginó que si en la Naturaleza unos seres vivos son capaces de dejar una descendencia más numerosa que otros, entonces son sus cualidades las que pasarán con mayor frecuencia a la siguiente generación; y si existen unas cualidades que permitan a un individuo sobrevivir con mayor probabilidad que otro, esas cualidades serán las que a la larga predominen en la población. Explicaba así los dos puntos anteriores pues la evolución es un proceso de adaptación a medios diferentes y eso hace que poblaciones de la misma especie y cualidades muy similares se diferencien al encontrarse en cada uno de esos medios.

La frase "la supervivencia de los más aptos" se convirtió de este modo en el lema fácil de recordar que sintetizaba la teoría de Darwin, pero no siempre ha resultado tan sencillo entender cómo eso tenía lugar en temas más complejos que la longitud de la pata de un caballo. Así, muchos suponían que la llamada "lucha" por la supervivencia era siempre un combate sangriento y despiadado, lo que llevado al terreno de lo social hacía que aparentemente se justificaran las políticas más insolidarias o, por el contrario, que la realidad de una sociedad pacífica pareciera desmentir a Darwin. Sin embargo, las sociedades existen como redes de colaboración entre individuos, son frecuentes los actos de altruismo y la teoría debe ser capaz de explicar estos hechos.

La Teoría de la evolución debe explicar desde algo tan elemental como que los animales cazadores evitan comerse unos a otros hasta algo tan complejo como una sociedad humana y esta explicación tiene un forma básica: cualquier comportamiento heredable genéticamente está sometido a una selección que hará que los genes de los que depende aumenten o disminuyan su frecuencia en la población. Así se puede explicar que comportamientos que suponen la muerte del individuo aumenten sin embargo la frecuencia en la población de los genes que ese individuo posee. Las explicaciones elementales podían hacer comprensible que, si un caballo puede huir a mayor velocidad gracias a sus patas más largas, los genes que producen esa mayor longitud pasen a la siguiente generación con mayor probabilidad. Pero un comportamiento altruista es aparentemente contradictorio con el principio de la supervivencia de los más aptos.

Cuando se trata de explicar la evolución de cualquier característica de un ser vivo conviene entender que toda la cuestión se reduce a diferencias relativas y no a valores absolutos. Así, sólo podemos tratar de explicar que en unas determinadas condiciones una cualidad se transmite a la siguiente generación con mayor probabilidad que otras, pero no que eso sea así en todas las condiciones ambientales ni frente a todas las cualidades posibles. Por lo tanto, si tratamos de explicar el altruismo o la sociedad nos debe bastar mostrar cómo ambas son mejores soluciones que las demás. No podemos entrar en si son algo perfecto o ideal sino sólo en cómo son seleccionadas entre lo existente.

Lo primero que es necesario precisar es que los seres humanos pensamos en la sociedad a través de presupuestos ideológicos que toman en nuestras mentes un papel absoluto que no es el que tienen en la realidad. Así, los grupos sociales son producto de interacciones entre individuos más o menos cercanos en su parentesco y es el parentesco y no las relaciones legales o morales lo que da lugar a la evolución biológica de los comportamientos con respecto al grupo. Una población es un conjunto de seres vivos capaces de reproducirse entre ellos y de dar lugar a nuevas generaciones con un acervo genético mixto. Los comportamientos más básicos en lo relativo a la población serán, por tanto, los que permitan el intercambio genético y afecten a la agresión entre individuos de la población.

El mero hecho de que existan seres vivos que se intercambian parcialmente información genética, como hacen las bacterias, o cuya dotación genética individual procede de la de dos individuos de una generación anterior, como los eucariotas, implica que se formen poblaciones, es decir, conjuntos de individuos entre los cuales son posibles tales relaciones. Los seres vivos son siempre miembros de una población y no entes aislados, y eso es algo fundamental para comprender el fenómeno de la vida. Está claro que el intercambio de información genética aumenta las probabilidades de que exista un individuo con características adaptadas a un ambiente y hace que los individuos que participan en el intercambio tengan más probabilidades de transmitir sus genes a la siguiente generación.

Pero dentro de una población adquieren especial importancia los comportamientos que regulan la agresión y la colaboración. Para un individuo aislado, el resto de los seres vivos son sólo presas o predadores, pero la colaboración altruista puede conducir a mejorar la supervivencia de los parientes frente a los mecanismos egoístas e indirectamente a que aumenten en frecuencia los genes "altruistas". Por otra parte, la agresión debe modularse pues al agredir se puede recibir más daño que ventaja. Los mecanismos de ataque, defensa o de huida evolucionan en relación con los predadores o con las presas, pero cuando se trata de los individuos de la misma especie, los genes que modulan el comportamiento de agresión actúan sobre la misma base de su éxito. Un cazador debe "estimar" la probabilidad de salir malherido y no atacar a presas grandes y agresivas, y una presa "estimará" la conveniencia de esconderse, huir o defenderse. Pero la agresión contra los individuos de la misma especie puede destruir a parientes con acervo genético compartido o al mismo agresor.

La colaboración, por el contrario, favorece la supervivencia de los parientes. Un ser vivo deja un número de descendientes en cada proceso de reproducción y en todo ello invierte una cantidad de recursos. El comportamiento más "egoísta" es el no reproducirse y no invertir recursos en ello, pero es obvio que ese comportamiento si depende de algunos genes tenderá a desaparecer de las poblaciones subsiguientes. Las poblaciones que sobrevivan estarán necesariamente formadas por individuos que se reproducen y en ellas aparecerán diferentes estrategias: unas consistirán en aumentar el número de descendientes mientras que otras aumentarán los cuidados a cada descendiente, pero al final predominará la que mejor se adapte al medio ambiente.

Y parece que a lo largo de la evolución que ha desembocado en el ser humano la estrategia ganadora ha consistido en aumentar los cuidados hacia la prole y en favorecer a los parientes cercanos. De este modo aparece el cuidado y la protección de los hijos, y todo un repertorio de atenciones hacia los parientes. Es muy frecuente ver a los monos despiojándose y no cabe duda de que favorecen mutuamente su salud eliminando sus parásitos, pero tal comportamiento probablemente tiene más funciones que ésa. Un individuo estará dispuesto a favorecer a aquel de quien recibe favores como forma de no malgastar sus recursos, y la muestra frecuente de cualquier tipo de comportamiento amistoso tenderá a ser una señal de que se puede establecer una alianza que proporcione ayuda en caso de necesidad.

El individuo aislado debe enfrentarse a las dificultades con sus solas fuerzas, mientras que un grupo cohesionado puede contar con el número y la organización. Así, la formación de grupos y la complejidad y estabilidad de sus alianzas interiores: su organización, son un valor importante que aumenta las probabilidades de supervivencia y tenderá a imponerse a la falta de organización o a las organizaciones más débiles. Una de las hipótesis acerca de la evolución de la especie humana es que la inteligencia y el lenguaje, más que unas respuestas individuales al ambiente, son unas formas de crear un grupo y establecer alianzas sólidas dentro de él. El ser humano no sólo tendría ventajas en su capacidad para enfrentar los problemas sino que podría saber quiénes son sus aliados llevando una cuenta exacta de los favores realizados y recibidos, quiénes tienen alianzas entre ellos y sobre todo cómo emplear sus recursos morales para formar alianzas que puedan ayudarle o participar en las ya formadas.

El grupo no es entonces algo secundario sino que es el arma principal del ser humano para explotar el medio ambiente y defenderse de él, e incluso para explotar a otros grupos humanos o defenderse de ellos. Un individuo no está en un grupo como un elemento meramente yuxtapuesto a otros, sin mayor interacción con los demás individuos que encontrase a su lado, sino que está en continua colaboración y competencia con otros individuos y subgrupos. Así, no sólo nos rascamos mutuamente la espalda sino que nos aliamos para encarar dificultades mayores que serían imposibles para un solo individuo.


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