lunes, 31 de diciembre de 2007

Tú te oxidas y yo me reduzco

La sociedad desde un punto de vista biológico. 3

Una de las objeciones más triviales contra la concepción estrictamente científica de la vida es que no es pura química, que no todo en ella se reduce a materia. Pero si hay algo claro a estas alturas de la historia de la Ciencia es que la vida es un sistema material ordenado y dinámico basado en absorber energía del ambiente y crear orden interno aumentando la entropía del universo. Todo ser vivo es parte de un universo, y también en un sentido termodinámico, e intercambia materia y energía con el resto de ese universo aumentando en cada proceso la entropía total. Su orden, por lo tanto, lo consigue y sólo puede conseguirlo como parte de un proceso que crea desorden en el resto del universo de manera que el desorden final total resultante sea mayor que el inicial.

Parece que los primeros seres vivos aparecieron en la Tierra como sistemas capaces de mantenerse y reproducirse a partir de la energía aportada por la luz o por reacciones químicas del substrato, las únicas fuentes disponibles. Los vegetales son los seres vivos actuales capaces de obtener la energía necesaria de la luz solar y hay microorganismos capaces de obtener energía de compuestos químicos reducidos a base de oxidarlos para reducirse ellos mismos. Pero la existencia de esos seres vivos primitivos significa un substrato de materia reducida y una fuente potencial de energía para cualquier otro ser vivo capaz de oxidarla. Los seres vivos podrían ser destruidos accidentalmente, en un proceso específico o bien liberar sustancias al ambiente que serían aprovechadas por otros. En cualquier caso, se trata de materia oxidable y las estrategias para obtener energía de ella irían desde el uso de los restos no vivos hasta la destrucción del ser vivo, como presa, por parte de otro como predador.

Un prejuicio finalista aplicado a la Naturaleza imaginaría que los ciclos de la vida son pasos intencionados en el camino hacia un Universo complejo. Así, los animales se alimentan de vegetales o bien de otros animales cerrando un ciclo en cuya base están los vegetales, que se alimentan de la energía de la luz; los restos muertos son aprovechados también por los hongos y de esa manera se cierra el ciclo de nutrientes que, de otra manera, se agotarían. Y todo ello movido por la energía de la luz o, en casos muy particulares, por fuentes químicas inorgánicas. Sin embargo, el desarrollo de sistemas complejos no depende de un diseño de elementos nuevos sino del mero resultado de variantes de lo existente. La naturaleza de la vida como conjunto de sistemas que se autorreplican y que, en el proceso, sufren errores en la transmisión de la información da lugar de tanto en tanto a nuevas variantes que sobreviven y se multiplican. Y es obvio que si en un principio los seres vivos aprovechaban sólo la energía de fuentes inorgánicas o de la luz, la disponibilidad de materia orgánica acumulada suponía una fuente adicional riquísima para los que pudieran utilizarla.

Cualquier materia de la que obtener energía al oxidarla es idéntica en su función para el ser vivo que la utiliza. Da igual si procede de otro ser vivo o no, o si forma parte de alguno en la actualidad, de si al utilizarla ese ser recibe algún efecto positivo, no lo recibe o incluso es destruido. Todas las variedades de obtención de energía forman parte de una misma estrategia, explicada antes. Pero esto no se limita a la búsqueda de alimento de los animales sino que podemos extender el concepto para entender otros sistemas ya que todo sistema ordenado depende de una fuente de energía y el orden es el resultado de aplicar un trabajo que crea una, o unas pocas, de las ordenaciones posibles dentro de cualquier sistema. Y no olvidemos que crear ese orden en un interior definido exige que exista una fuente de energía exterior de la que obtener trabajo a costa de desordenarla. Por otra parte, todo lo que existe proviene de la evolución de los seres vivos y es natural que los mismos procesos estén en la base de todo, desde la alimentación a la política.

Vemos que en la actualidad, y necesariamente a lo largo de toda la historia evolutiva de la vida, cada ser vivo está relacionado genéticamente no sólo con sus progenitores, o progenitor en formas de reproducción no sexual, sino con una población de seres genéticamente similares y con los que puede, en principio, intercambiar material genético o reproducirse sexualmente. Pero eso no pudo ser así desde un inicio. No parece un suceso improbable que apareciera la vida, como lo demuestran los experimentos de Miller y Urey, y es de suponer que en las circunstancias propicias aparecieran muchas veces diferentes sistemas capaces de aprovechar la energía del medio para construirse, pero todos los seres vivos actuales son demasiado parecidos en su química y en su estructura como para no provenir de un único modelo biológico con éxito. Pueden haber sido muchas las razones para que se perpetuara ese modelo, pero hay una indispensable y es la capacidad de replicarse mediante copias similares al menos en cuanto a esa forma de replicación. Pudo haber modelos capaces de crecer como un sistema independiente pero sólo el que pudo dejar descendencia, obviamente, pudo perpetuarse.

Está en manos de los investigadores determinar el papel de las proteínas o del RNA en este proceso y cómo se llegó y en qué pasos a la forma de herencia que da lugar a poblaciones que comparten y se transmiten genes similares, pero hay algo que parece evidente y es que si había seres vivos capaces de obtener su energía y nutrientes de otros seres vivos, su mera existencia y reproducción constituiría un problema para ellos mismos antes de que pudieran reconocerse como emparentados. Si la evolución se basa en que las variantes con éxito se hacen más frecuentes en una población, la reproducción de los heterótrofos da lugar a seres vivos que pueden buscar su alimento en otros de su misma estirpe, salvo que se reconozcan como emparentados y que haya un comportamiento que evite el ataque mutuo. Podríamos suponer que, en cualquier caso, los seres vivos que almacenaron su información y crearon un código genético se vieron ya sometidos a una selección que favorecería el comportamiento altruista más simple y que descartaría a los que no lo presentaran.

Tenemos así poblaciones en las que se ha definido un nuevo "interior poblacional" ordenado y que obtiene energía de un exterior que desordena, sea éste el mundo inorgánico o sean otros seres vivos. El proceso de herencia hace que en una población los genes que alcanzan más éxito actuando juntos resulten más frecuentes como tales grupos de comportamiento individualmente altruista, pero genéticamente egoísta. Y ya, a partir de aquí, tendremos abierto el camino a todo el conjunto de estrategias de alimentación, de predación, parasitismo, simbiosis o formación de grupos sociales.

El modo más simple de altruismo es el cuidado de los padres hacia sus hijos pues invierten su trabajo y se exponen a un riesgo en un proceso que aporta alimento y reduce el riesgo de los hijos. El hecho mismo de reproducirse significa invertir recursos y asumir riesgos, pero sin esa inversión en descendencia, el modelo de ser vivo "egoísta" acaba con él mismo. Dejar descendencia tiene un sentido evolutivo y se hará más frecuente en una población la estrategia que deje mayor número de descendientes a lo largo de las generaciones sucesivas, por lo que debemos suponer y probar que la estrategia de alimentar y cuidar a la prole deja mayor número de descendientes que la de abandonarlos o cuidarlos menos. Los huevos fecundados de los invertebrados marinos son liberados por millones y son capaces de alimentarse por sí mismos en formas larvarias de desarrollo. Se ve, sin embargo, que la tendencia a liberar menos huevos es paralela a la de que contengan mayor cantidad de vitelo y que alcancen un mayor desarrollo antes de ser liberados. Y así los vertebrados ovíparos dejan menores cantidades de huevos, dentro de los cuales los embriones alcanzan un mayor desarrollo. Y la tendencia continúa hacia menos huevos por puesta, pero protegidos por los padres, como en algunos reptiles y en las aves, a la alimentación de las crías en las aves durante el tiempo necesario para su desarrollo, al desarrollo del huevo en el interior de la madre, como en los mamíferos, o al cuidado de las crías en periodos cada vez más largos hasta que alcanzan un tamaño y habilidad similar a los de los adultos.

El paso siguiente consiste en que los hijos colaboren con sus padres o sus hermanos en el cuidado de los hijos de nuevas camadas. El comportamiento altruista en el proceso de la reproducción aparece ya no sólo en los padres con respecto a sus hijos sino en hermanos con respecto a hermanos o a los hijos de éstos. De este modo, el gasto en recursos y riesgos de los hermanos aumenta el número de individuos portadores de los genes que codifican el comportamiento altruista por encima de los que no lo portan. Se puede entender que algunos comportamientos cooperativos no sean altruistas, como puede ser que un individuo atienda a las señales de peligro que manifiesta el comportamiento de otro o que se proteja acercándose a otros, pero cuando se deja de invertir en la reproducción para invertir en la de los parientes cercanos tenemos un caso en que se pierde algo con un resultado de incremento en la frecuencia del gen que codifique el comportamiento. O si un individuo emite señales de alerta o manifiesta un comportamiento que aumente su riesgo reduciendo el de los demás.

Los comportamientos cooperativos no altruistas tienen la misma explicación que los casos de simbiosis, en los que, obviamente, cada individuo no comparte genes con otro de especie diferente, pero encuentra ventajas en su presencia o su actividad. Tales comportamientos se hacen más frecuentes en la población si los individuos que los presentan sobreviven y dejan descendencia en mayor proporción que los demás. De esta forma se crean la sociedades, por un conjunto de comportamientos cooperativos, no necesariamente altruistas, formando manadas, y por comportamientos verdaderamente altruistas que procuran el bien de otros individuos por mecanismos que dan lugar a la difusión de los genes que lo codifiquen en la población.

sábado, 18 de agosto de 2007

2. Yo rasco tu espalda y tú, la mía

La sociedad desde un punto de vista biológico. 2

La teoría de Darwin sobre la evolución de las especies vino a explicar un par de fenómenos conocidos: el primero, las similitudes y diferencias entre especies de seres vivos tanto en el momento actual como a lo largo de la historia testimoniada por los fósiles; el segundo, la adaptación de esas especies a un medio natural, a buscar el alimento y a protegerse del clima y de los depredadores. Darwin observó que, mediante la selección, los granjeros podían crear variedades de las especies de animales domesticados: vacas que dieran más carne o más leche, caballos que corrieran más o perros con más aptitudes para la caza; y lo que era más significativo, podían realizar esa selección sin ser conscientes de estar realizándola, simplemente al escoger para la cría a sus mejores animales y excluir a los de peores cualidades.

Imaginó que si en la Naturaleza unos seres vivos son capaces de dejar una descendencia más numerosa que otros, entonces son sus cualidades las que pasarán con mayor frecuencia a la siguiente generación; y si existen unas cualidades que permitan a un individuo sobrevivir con mayor probabilidad que otro, esas cualidades serán las que a la larga predominen en la población. Explicaba así los dos puntos anteriores pues la evolución es un proceso de adaptación a medios diferentes y eso hace que poblaciones de la misma especie y cualidades muy similares se diferencien al encontrarse en cada uno de esos medios.

La frase "la supervivencia de los más aptos" se convirtió de este modo en el lema fácil de recordar que sintetizaba la teoría de Darwin, pero no siempre ha resultado tan sencillo entender cómo eso tenía lugar en temas más complejos que la longitud de la pata de un caballo. Así, muchos suponían que la llamada "lucha" por la supervivencia era siempre un combate sangriento y despiadado, lo que llevado al terreno de lo social hacía que aparentemente se justificaran las políticas más insolidarias o, por el contrario, que la realidad de una sociedad pacífica pareciera desmentir a Darwin. Sin embargo, las sociedades existen como redes de colaboración entre individuos, son frecuentes los actos de altruismo y la teoría debe ser capaz de explicar estos hechos.

La Teoría de la evolución debe explicar desde algo tan elemental como que los animales cazadores evitan comerse unos a otros hasta algo tan complejo como una sociedad humana y esta explicación tiene un forma básica: cualquier comportamiento heredable genéticamente está sometido a una selección que hará que los genes de los que depende aumenten o disminuyan su frecuencia en la población. Así se puede explicar que comportamientos que suponen la muerte del individuo aumenten sin embargo la frecuencia en la población de los genes que ese individuo posee. Las explicaciones elementales podían hacer comprensible que, si un caballo puede huir a mayor velocidad gracias a sus patas más largas, los genes que producen esa mayor longitud pasen a la siguiente generación con mayor probabilidad. Pero un comportamiento altruista es aparentemente contradictorio con el principio de la supervivencia de los más aptos.

Cuando se trata de explicar la evolución de cualquier característica de un ser vivo conviene entender que toda la cuestión se reduce a diferencias relativas y no a valores absolutos. Así, sólo podemos tratar de explicar que en unas determinadas condiciones una cualidad se transmite a la siguiente generación con mayor probabilidad que otras, pero no que eso sea así en todas las condiciones ambientales ni frente a todas las cualidades posibles. Por lo tanto, si tratamos de explicar el altruismo o la sociedad nos debe bastar mostrar cómo ambas son mejores soluciones que las demás. No podemos entrar en si son algo perfecto o ideal sino sólo en cómo son seleccionadas entre lo existente.

Lo primero que es necesario precisar es que los seres humanos pensamos en la sociedad a través de presupuestos ideológicos que toman en nuestras mentes un papel absoluto que no es el que tienen en la realidad. Así, los grupos sociales son producto de interacciones entre individuos más o menos cercanos en su parentesco y es el parentesco y no las relaciones legales o morales lo que da lugar a la evolución biológica de los comportamientos con respecto al grupo. Una población es un conjunto de seres vivos capaces de reproducirse entre ellos y de dar lugar a nuevas generaciones con un acervo genético mixto. Los comportamientos más básicos en lo relativo a la población serán, por tanto, los que permitan el intercambio genético y afecten a la agresión entre individuos de la población.

El mero hecho de que existan seres vivos que se intercambian parcialmente información genética, como hacen las bacterias, o cuya dotación genética individual procede de la de dos individuos de una generación anterior, como los eucariotas, implica que se formen poblaciones, es decir, conjuntos de individuos entre los cuales son posibles tales relaciones. Los seres vivos son siempre miembros de una población y no entes aislados, y eso es algo fundamental para comprender el fenómeno de la vida. Está claro que el intercambio de información genética aumenta las probabilidades de que exista un individuo con características adaptadas a un ambiente y hace que los individuos que participan en el intercambio tengan más probabilidades de transmitir sus genes a la siguiente generación.

Pero dentro de una población adquieren especial importancia los comportamientos que regulan la agresión y la colaboración. Para un individuo aislado, el resto de los seres vivos son sólo presas o predadores, pero la colaboración altruista puede conducir a mejorar la supervivencia de los parientes frente a los mecanismos egoístas e indirectamente a que aumenten en frecuencia los genes "altruistas". Por otra parte, la agresión debe modularse pues al agredir se puede recibir más daño que ventaja. Los mecanismos de ataque, defensa o de huida evolucionan en relación con los predadores o con las presas, pero cuando se trata de los individuos de la misma especie, los genes que modulan el comportamiento de agresión actúan sobre la misma base de su éxito. Un cazador debe "estimar" la probabilidad de salir malherido y no atacar a presas grandes y agresivas, y una presa "estimará" la conveniencia de esconderse, huir o defenderse. Pero la agresión contra los individuos de la misma especie puede destruir a parientes con acervo genético compartido o al mismo agresor.

La colaboración, por el contrario, favorece la supervivencia de los parientes. Un ser vivo deja un número de descendientes en cada proceso de reproducción y en todo ello invierte una cantidad de recursos. El comportamiento más "egoísta" es el no reproducirse y no invertir recursos en ello, pero es obvio que ese comportamiento si depende de algunos genes tenderá a desaparecer de las poblaciones subsiguientes. Las poblaciones que sobrevivan estarán necesariamente formadas por individuos que se reproducen y en ellas aparecerán diferentes estrategias: unas consistirán en aumentar el número de descendientes mientras que otras aumentarán los cuidados a cada descendiente, pero al final predominará la que mejor se adapte al medio ambiente.

Y parece que a lo largo de la evolución que ha desembocado en el ser humano la estrategia ganadora ha consistido en aumentar los cuidados hacia la prole y en favorecer a los parientes cercanos. De este modo aparece el cuidado y la protección de los hijos, y todo un repertorio de atenciones hacia los parientes. Es muy frecuente ver a los monos despiojándose y no cabe duda de que favorecen mutuamente su salud eliminando sus parásitos, pero tal comportamiento probablemente tiene más funciones que ésa. Un individuo estará dispuesto a favorecer a aquel de quien recibe favores como forma de no malgastar sus recursos, y la muestra frecuente de cualquier tipo de comportamiento amistoso tenderá a ser una señal de que se puede establecer una alianza que proporcione ayuda en caso de necesidad.

El individuo aislado debe enfrentarse a las dificultades con sus solas fuerzas, mientras que un grupo cohesionado puede contar con el número y la organización. Así, la formación de grupos y la complejidad y estabilidad de sus alianzas interiores: su organización, son un valor importante que aumenta las probabilidades de supervivencia y tenderá a imponerse a la falta de organización o a las organizaciones más débiles. Una de las hipótesis acerca de la evolución de la especie humana es que la inteligencia y el lenguaje, más que unas respuestas individuales al ambiente, son unas formas de crear un grupo y establecer alianzas sólidas dentro de él. El ser humano no sólo tendría ventajas en su capacidad para enfrentar los problemas sino que podría saber quiénes son sus aliados llevando una cuenta exacta de los favores realizados y recibidos, quiénes tienen alianzas entre ellos y sobre todo cómo emplear sus recursos morales para formar alianzas que puedan ayudarle o participar en las ya formadas.

El grupo no es entonces algo secundario sino que es el arma principal del ser humano para explotar el medio ambiente y defenderse de él, e incluso para explotar a otros grupos humanos o defenderse de ellos. Un individuo no está en un grupo como un elemento meramente yuxtapuesto a otros, sin mayor interacción con los demás individuos que encontrase a su lado, sino que está en continua colaboración y competencia con otros individuos y subgrupos. Así, no sólo nos rascamos mutuamente la espalda sino que nos aliamos para encarar dificultades mayores que serían imposibles para un solo individuo.


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1. Caricias y empujones

La sociedad desde un punto de vista biológico. 1

Sólo creo lo que veo y, aun de eso, la mitad. La verdad es que no hay nada tan peligroso para la inteligencia como lo que parece evidente, porque nos encuentra desprevenidos, con las defensas racionales bajas. Costó siglos convencer a la sociedad en general de que la Tierra es una esfera o de que gira alrededor del Sol junto con los demás planetas porque parecía chocar con "evidencias" tan claras que nadie se resistía a creer en ellas. Y es que cuando una interpretación está tan asumida que apenas se la percibe como interpretación, todo lo que se ve a través de ella parece un simple hecho de observación.

Una de las cosas que es necesario tener en cuenta cuando se discute cualquier tema es el conjunto de teorías que se aceptan implícitamente pues las interpretaciones no son hechos y sólo los hechos son prueba de algo. Y un punto en el que es necesario detenerse en especial es la forma en que nuestro intelecto organiza lo que conoce pues todo lo que conocemos adquiere la forma de categorías como el ser, la acción, las cualidades y las relaciones. Es difícil no imaginarlo de esta forma cuando esas categorías se reflejan en la forma gramatical de nuestros idiomas. Así, al hablar de la sociedad, es tentador imaginarla como un ser ya que es el sujeto de la oración y, si esto parece demasiado, es mucho más fácil caer en la tentación de hablar de los intereses o el bien de la sociedad como si tales cosas existieran como unidad.

Entre los mayores avances en el estudio de la Naturaleza está el proporcionado por la teoría de la selección natural de Darwin junto con la genética moderna. Todo puede comprenderse mejor con la ayuda de estas dos teorías científicas, desde el cuello de la jirafa hasta el comportamiento altruista. Pero fue difícil convencer de ello a la sociedad en su conjunto porque chocaba con "evidencias" tan fuertes como que no se ve a las especies evolucionar o que el ser humano no puede "descender" de especies como los monos, aunque como todas las resistencias irracionales esas "evidencias" han terminado por desvanecerse y hoy poca gente duda de que las especies evolucionan por selección natural. Sin embargo la explicación del comportamiento social no ha aceptado aún con facilidad los puntos de vista evolucionistas.

La tendencia a ver la sociedad como un todo unitario del que puede decirse que tiene fines o intereses o la idea consoladora de que los individuos se mueven por causas idealistas y benéficas son claros obstáculos contra el verdadero conocimiento de las causas de los comportamientos sociales humanos. Y, con su aparente evidencia, el obstáculo es bastante mayor. Pero no arreglamos nada con sustituir la realidad por nuestras preferencias ideológicas pues ni la realidad cambia porque la ignoremos ni somos capaces de cambiarla en la práctica si ignoramos lo que verdaderamente es. Así que tengamos en cuenta las aportaciones de las ciencias biológicas en este asunto también.

En un documental sobre los pingüinos emperador de la Antártida se decía que, mientras las hembras van a alimentarse al mar, los machos forman círculos apretándose unos contra otros en medio de las ventiscas del invierno incubando los huevos sobre sus patas, que los aíslan del frío del hielo. Pero lo más bonito era que según el documental los pingüinos se turnaban para no quedar siempre en el exterior y pasar algún tiempo al abrigo de sus compañeros. Bonito, pero lamentablemente falso, y más lamentable para los pingüinos que queden en exterior. Si uno cree en la existencia de entes como la sociedad o sus leyes morales, le resulta muy fácil admitir la idea de que los pingüinos se turnan amigablemente o quizá con alguna pereza como mucho, pero si trata de comprender verdaderamente lo que sucede se encuentra con la poco consoladora realidad de que ni eso sucede ni la teoría de la evolución puede admitirlo tal como los bienintencionados lo desearían ver. Los pingüinos se propinarán una serie de empujones para tratar de no quedar fuera y lo que el observador contempla son los intentos por conseguirlo. Si se tomara la molestia de identificar a cada individuo, verá cómo los más débiles pasarán la mayor parte del tiempo en el exterior aprovechando el calor que les llegue y tratando de entrar al interior del círculo. Mientras tanto, los más fuertes ocuparán con mayor frecuencia ese interior.

La teoría de la evolución explica que cualquier comportamiento genéticamente heredable que disminuya la probabilidad de que el individuo deje más descendientes disminuye así mismo la probabilidad de que tal comportamiento pase a la siguiente generación, y tenderá a desaparecer. Si existe un comportamiento altruista genéticamente desinteresado, es evidente que está en desventaja frente a los comportamientos genéticamente egoístas y que la evolución no puede dar lugar a la aparición ni al mantenimiento de ese patrón de comportamiento, y menos a su extensión.

Si embargo la sociedad existe y existen los comportamientos altruistas. No todo es una lucha despiadada por sobrevivir. No todo son empujones sino que existen las caricias y esto debe poder explicarlo la teoría de la evolución dado que es un hecho constatable. Para entenderlo basta saber que un comportamiento altruista con respecto al individuo, pero egoísta con respecto a sus genes, tiende a aumentar en frecuencia y a perpetuarse. El caso más simple es el de los cuidados parentales pues todos los trabajos y desvelos de un pájaro que aporta alimento sin parar a sus polluelos son un sacrificio altruista para él, pero es un mecanismo genéticamente egoísta por el que sus genes aumentan su frecuencia en la población al sobrevivir más los pajarillos cuidados que los desatendidos por sus egoístas padres.

La sociedad es un conjunto de individuos relacionados por vínculos de colaboración y es claro que esos vínculos de colaboración aparecen según el mecanismo de la evolución como formas de altruismo genéticamente egoísta, es decir, como formas de comportamiento que hacen que los que comparten los mismos genes se sacrifiquen como individuos pero con el resultado de que los genéticamente emparentados pasan sus genes con mayor probabilidad a la siguiente generación haciendo que la frecuencia del gen en la poblacion vaya aumentando. De esta manera los vínculos de colaboración de los padres hacia sus hijos, de los parientes entre sí, de parejas con vista a la reproducción se difunden en una población convirtiéndola en una familia primero y en una sociedad en la medida en que se amplía el radio de colaboración.

La base de la existencia de una sociedad es, por lo tanto, la existencia de vínculos de colaboración. Son éstos los que la crean, los que la constituyen, y no es la sociedad la que tiene unos fines que los individuos más o menos obedecen sino que las relaciones entre individuos son los fundamentos de la sociedad, que es su resultado. En consecuencia, si deseamos comprender la existencia de la sociedad y conducirla en la práctica, es necesario comprender los fenómenos que le dan origen.


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